Los suelos agrícolas podrían proporcionar una solución clave para la mitigación y adaptación al cambio climático y para la seguridad alimentaria
A pesar de la importancia para la vida, el suelo no ha recibido de la sociedad la atención que merece. Su degradación es una seria amenaza para el futuro de la humanidad. Por lo tanto, los científicos se enfrentan al triple desafío de intensificar, preservar e incrementar la calidad de la tierra. Para ello, es necesario contar con indicadores de calidad o salud y de manejo sostenible, para satisfacer los actuales y crecientes requerimientos sociales y económicos (Bautista Cruz et al., 2004; Montico y Di Leo, 2013).
Las definiciones más recientes de calidad del suelo se basan en su multifuncionalidad, no sólo en un uso específico sino en una gran amplitud de situaciones, y el concepto continúa evolucionando (Singer y Ewing, 2000). Esta idea fue sintetizada hace más de dos décadas por el Comité para la Salud del Suelo de la Soil Science Society of America (Karlen et al., 1997), como “la capacidad del suelo para funcionar dentro de los límites de un ecosistema natural o manejado, sostener la productividad de plantas y animales, mantener o mejorar la calidad del aire y del agua, y sustentar la salud humana y el hábitat”.
Es conocido que para medir la calidad del ambiente la ciencia recurre a indicadores. Entre los propuestos para la dimensión ambiental, se destacan los Indicadores de calidad de suelo (ICS). En un mundo que debe enfrentar un incremento de población, en el contexto de cambio climático, el mantenimiento de la calidad de los suelos será cada vez más importante asegura Montanarella (2015). Según este autor, sin gobernanza para asegurar la gestión racional y el acceso equitativo al suelo, nos dirigimos hacia el aumento de la pobreza, el hambre, los conflictos, la apropiación de tierras y la migración masiva de las poblaciones desplazadas. Para reforzar la idea de gobernanza cita la frase escrita por F. Roosevelt: “La historia de cada nación esta eventualmente escrita en la forma en que cuida sus suelos”, y señala que en la comunidad científica se empieza a hablar del concepto de la seguridad de los suelos (Soil Security), ya que el suelo tiene un rol integral en los desafíos de la seguridad alimentaria, la seguridad del agua, la seguridad energética, la estabilidad del clima y la protección de la biodiversidad y de los servicios ecosistémicos (Mc Bratney et al., 2014) (extraído de Wilson, 2017).
En un trabajo realizado por Mórtola et al. (2017), se sistematizó la información referida a los indicadores más utilizados para caracterizar la calidad de los suelos en las ecorregiones de Argentina. Se seleccionaron y sintetizaron las contribuciones científicas nacionales en el ámbito de la ciencia del suelo para el periodo 2000-2010. Dentro de las variables químicas, surgió que el COS (carbono orgánico del suelo) juega un rol central y ha sido en todas las regiones el indicador más seleccionado, ya sea, en su contenido total o en alguna de sus fracciones lábiles como el COP (carbono orgánico particulado). Estas variables son sumamente valiosas, y fundamentales en los procesos químicos, físicos y biológicos, y su stock es un atributo de jerarquía ambiental.
En línea con lo antes mencionado, Andriulo y Irizar (2017) refuerzan la importancia del carbono edáfico en los agroecosistemas y afirman que el desarrollo de la agricultura pasada se tradujo en una disminución de las reservas de materia orgánica de los suelos, creadas durante un periodo de larga evolución. Asimismo, aseveran que en muchas de las tierras cultivadas, sobre todo en las regiones áridas y semiáridas, esto ha llevado a una reducción de la productividad de la tierra debido a su degradación y a la desertificación. Además, consideran que se ha demostrado que es posible revertir esa tendencia si se cambia el tipo de agricultura. Los suelos pueden secuestrar en 25 años más del 10% de las emisiones antropogénicas. Al mismo tiempo, esto proporciona otros beneficios importantes para el suelo, los cultivos, la calidad del ambiente, la prevención de la erosión y la desertificación y para el fortalecimiento de la biodiversidad. La agricultura, las tierras de pastoreo y las sabanas tienen el potencial para almacenar carbono, siendo prioritario generar prácticas agrícolas que mejoren su almacenamiento y con ello la productividad.
Los suelos al ser el mayor reservorio de carbono en los ecosistemas terrestres y tener un gran potencial para acumularlo (Posse, et al., 2014), obligan a recurrir a la mejores artes agronómicas y no agronómicas para incrementar su rol de sumidero y con ello, aportar, como se dijo, a la mitigación del cambio climático y a la mejora de su calidad y capacidad para sostener la producción agropecuaria.
Un estudio reciente (Frank et al., 2017) muestra el rol principal del secuestro de carbono orgánico del suelo para garantizar la seguridad alimentaria en escenarios de estabilización climática. Los autores afirman que los suelos agrícolas podrían proporcionar una solución clave para la mitigación y adaptación al cambio climático y para la seguridad alimentaria, pero cambiar la gestión de la tierra para almacenar carbono en la materia orgánica del suelo, requerirá grandes esfuerzos que podrían ser impelidos por las diversas partes interesadas en esta problemática, como la iniciativa 4 por 1000.
¿Qué significa 4 por 1000?
Es una iniciativa internacional lanzada por Francia el 1° de diciembre de 2015 durante la COP 21, y consiste en unir todos los actores voluntarios del sector público y privado (Estados, colectividades, empresas, organizaciones profesionales, ONG, centros de investigación) en el marco del Plan de acción Lima-París. La iniciativa busca mostrar que la agricultura, especialmente los suelos agrícolas, pueden desempeñar un papel determinante para la seguridad alimentaria y el cambio climático. Basándose en documentación científica sólida, esta iniciativa invita a todos los socios a dar a conocer o establecer acciones concretas sobre el almacenamiento de carbono en los suelos, y el tipo de prácticas para lograrlo (agroecología, agrosilvícola, agricultura de conservación, de gestión del paisaje, etc.).
La propuesta consiste en que como los suelos del planeta contienen 2 a 3 veces más carbono que la atmósfera, si este nivel de carbono aumentara en un 0,4%, o 4 ‰ por año (4×1000), en los primeros 30-40 cm de suelo, el aumento anual de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera se reduciría significativamente: al parecer tan simple, pero tan complejo y desafiante.
La iniciativa involucra a los actores en una transición hacia una agricultura productiva, altamente resiliente, basada en un manejo apropiado de las tierras y los suelos, generadora de empleos e ingresos, y promotora de un desarrollo sostenible.
Esta iniciativa es parte del marco del Plan de Acción Global para el Clima (GCAA) aprobado por la UNFCCC en la COP 22, el cual da seguimiento al Plan de acción Lima-París de la COP 21 y contribuye a al objetivo de neutralizar el deterioro de las tierras.
Los actores podrán comprometerse para que un máximo de suelos agrícolas se beneficien de aquellas prácticas que permitan mantener o mejorar su cantidad de carbono o preservar los suelos ricos en carbono. Cada actor podrá comprometerse con un objetivo, uno o varios tipos de acciones (desde la gestión de las reservas de carbono de los suelos, los pagos para los servicios ecosistémicos, etc.), tiempos y recursos.
El carbono del suelo es un “viejo” conocido en la definición de la calidad de un suelo, no obstante pese a su condición de componente imprescindible para lograr tal fin, no parece suficiente todo aquello que se aporte en torno a él. Desde hace tiempo se sabe, y también existen controversias, sobre cómo variables de la importancia de la temperatura, la textura y las precipitaciones modifican el secuestro de carbono en el suelo. También se suman múltiples estudios respecto a su dinámica frente a rotaciones, labranzas, manejo de los residuos, cultivos de servicios, fertilización y otras prácticas agronómicas. Aún frente a los neo-indicadores de calidad de suelo como por ejemplo, los microbiológicos, los enzimáticos y la meso y macrofauna, los cuales parecen estar muy cerca de su confirmación como válidos (cuando algunos ya lo son), el carbono o la materia orgánica edáfica, sigue siendo la medida por excelencia para contrastar con la “degradación profunda”.
Los sistemas de producción agropecuarios basados en los suelos como soporte y sustento elemental, deben incrementar, preservar, conservar y hasta restaurar los stocks de carbono de los suelos. Todas las acciones que se continúen realizando o emprendiendo en una dirección opuesta, son y serán temibles.
Citas y bibliografía
Andriulo, A. E.; A. B. Irizar. 2017. La materia orgánica como indicador base de calidad del suelo. Ediciones INTA. 1ª Edición. 293 pags. Entre Rios, Argentina. ISBN 978-987-521-826-0.
Bautista Cruz, A.; Etchevers Barra, J.; del Castillo R.F.; C. Gutiérrez. 2004. La calidad del suelo y sus indicadores. Ecosistemas 13 (2): 90-97.
Frank, S., Havlík, P.; Soussana, J.F.; Levesque, A.; Valin, H.; E. Wollenberg; U. Kleinwechter; O. Fricko; M. Gusti; M. Herrero. 2017. ¿Reducing greenhouse gas emissions in agriculture without compromising food security? Environmental Research Letters. https://doi.org/10.1088/1748-9326/aa8c83
Karlen, D.L., Mausbach, M.J., Doran, J.W., Cline, R.G., Harris, R.F. y Schuman, G.E. 1997. Soil quality: a concept, definition and framework for evaluation. Soil Science Society of America J. 61: 4-10.
Mc Bratney; A. D. Field; A. Koch, 2014. The dimensions of soil security. Geoderma 213:203-213
Montanarella, L. 2015. Govern our soils. Nature. 528: 32-33.
Montico, S.; N. Di Leo. 2013. Sustentabilidad de modelos de uso de la tierra en unidades de paisaje de una cuenca del sur de Santa Fe, Argentina. Revista Natura Neotropicalis, 42 (1)(2): 21-33.
Mórtola, N.; Lupi, A.; Romaniuk, R.; Albarracín, G.; G. Civeira. 2017. Indicadores de calidad de suelos en Argentina. Recopilación de una década de investigaciones. Ediciones INTA. 1ª Edición. 293 pags. Entre Rios, Argentina. ISBN 978-987-521-826-0.
Posse, G; Lewczuk, N.; K. Richter. 2014. Sustentabilidad y las Emisiones de Carbono en la Agricultura Argentina. En: Suelos, producción agropecuaria y cambio climático: avances en la Argentina. Eje temático 2. MAGyP, Bs As.. 1ª Edición. 516 pags.
Singer, M.J. y Ewing, S. 2000. Soil Quality. En Handbook of Soil Science. Chapter 11 (ed. Sumner, M. E.), 271-298, CRC Press, Boca Raton, Florida.
Wilson, M. 2017. Manejo de indicadores de calidad de suelos para las ecoregiones de Argentina. Ediciones INTA. 1ª Edición. 293 pags. Entre Rios, Argentina. ISBN 978-987-521-826-0.
Acerca del autor
Ing. Agr. Dr. Sergio Montico
Mat. 82-2-0636
Profesor Titular de Manejo de Tierras, a cargo de Evaluación de Impacto Ambiental, y docente de Teledetección y Sistemas de Información Geográfica, en la Facultad de Ciencias Agrarias, Universidad Nacional de Rosario. Es Docente-Investigador Categoría 1 del Programa Nacional de Incentivos. Sus áreas de incumbencia académica-científica son: Tecnologías de Suelos y Agua; Manejo y Conservación de Recursos Naturales, Gestión Ambiental y Ordenamiento Territorial.
smontico@unr.edu.ar