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La agricultura, ante el desafío de repensarse frente al cambio climático

El cambio climático es una realidad que condiciona cada vez más a los sistemas de producción de alimentos en todo el planeta. Argentina no está exenta y, como país históricamente dedicado a la producción de granos, cereales y carnes, avanzar hacia sistemas más resilientes con más y mejor manejo y adopción de nuevas tecnologías es un desafío muy presente.

Según datos del Banco Mundial, el sector agropecuario de América Latina representó el 10 % de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a nivel mundial en 2018, casi duplicando el nivel del año 2.000, cuando significaba el 5,5 %. Esa cifra trepa al 37% en Argentina, con la ganadería como el subsector con mayor porcentaje de emisiones con un 21,6%, según el último inventario de GEI publicado por el ministerio de Ambiente de la Nación.

En este escenario, poder repensar los modelos agropecuarios es una necesidad y también una urgencia. Sobre estos temas giró la charla de Agrovisión con el ingeniero agrónomo (UBA) Daniel Werner, director del Departamento de relaciones Exteriores y Cooperación internacional del ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural de Israel.

¿Existe plena conciencia sobre los desafíos que plantea el cambio climático al sector agropecuario?

Muchas veces podemos tener la sensación de que algunos actores del sector agropecuario no toman plena conciencia de que las cosas han cambiado, y que lo que era seguro hace 30 o 40 años en Argentina -como el régimen de lluvias, temperaturas- hoy cambió. El cambio climático está acá para quedarse, no es algo que va a pasar, al contrario, y probablemente va a ser mucho más palpable. Las olas de calor del verano argentino, la sequía, marzo y sus temperaturas extremas, son cosas que ocurren y es probable que la frecuencia de fenómenos extremos aumente. Es probable, que años atrás zonas en la que la falta de recursos naturales como el agua no eran una preocupación, ven hoy día como las cosas ya no son así.  Regiones agrícolas en las que la sequía era un fenómeno esporádico, hoy comienza a ser un fenómeno rutinario, y otras en las que existe, todavía, abundancia de agua y no poseen infraestructuras que permitan el uso de sistemas de riego eficientes para obtener un mejor aprovechamiento del recurso.  

Cuando visito Buenos Aires todavía veo porteros con la manguera en pleno invierno que conversan entre ellos mientras riegan el cemento y las baldosas, y a los dos minutos llueve. Esa conciencia de que el agua es un recurso que tenemos que cuidar y ahorrar todavía no está, a mi criterio, suficientemente arraigado en la población.

¿En ese marco, que escenario se abre para Argentina?

Hay una creciente demanda mundial de alimentos y Argentina tiene la posibilidad real, a través de un buen sistema de manejo de bosques, pasturas y suelos, de llegar a obtener una baja huella de carbono. Esto en otros países no existe, esta es la gran oportunidad de Argentina y también su gran desafío, porque para eso hace falta cambiar la mentalidad de muchos productores para que entender que la crisis que genera el cambio climático, puede ser para la producción agropecuaria argentina una verdadera oportunidad. Desgraciadamente muchas veces, se observa que es el contratista quien trabaja la tierra, mientras que el dueño de las mismas decide no invertir en infraestructuras o tecnología que en muchos casos pueden ser la herramienta para transformar el uso de los recursos en sustentables.

¿La tecnología es la llave para una agricultura más sustentable y a la vez resiliente al cambio climático?

Todavía sigue siendo una práctica aceptada en muchas regiones de América Latina el aumentar la producción a través del corrimiento de la frontera agropecuaria. Lo vimos en Brasil, por intermedio de una intensa deforestación que desde el punto de vista ambiental tiene malas consecuencias. La otra cara de la moneda es apostar por una agricultura sustentable e intensiva que permita el mejor y más eficiente uso de los recursos naturales, y eso se puede lograr a través de la introducción de tecnología y prácticas de manejo sustentables, no hay otra solución. En Argentina ya hay ejemplos excelentes de esto, como la labranza cero, que tiene una alta adhesión.

¿Qué papel ocupa la capacitación de los profesionales en este nuevo escenario?

Sin duda alguna la capacitación es clave, junto a la inversión en tecnología son las llaves del éxito de este posible cambio de paradigma. Si revisamos las herramientas que se proponen en los documentos de las Cumbres de las Partes respecto a estrategias para el desarrollo con bajas emisiones, la capacitación de los productores es una las importantes propuestas. Sin capacitación no hay posibilidad de generar ese cambio en el paradigma de la agricultura tradicional.

¿Qué papel juega lo generacional en ese posible cambio de paradigma?

La edad promedio del agricultor en el mundo tiene a ser cada vez más mayor, y cuando somos más adultos la capacidad que tenemos de adoptar cambios es más difícil que para un joven que nació con un celular en la mano. A ese joven le resulta sencillo adoptar las nuevas tecnologías que son esenciales para generar el cambio. El campo está envejeciendo y muchos jóvenes no quieren trabajar allí. Los motivos son variados. Desde la falta de infraestructuras de educación, salud, etc., que le permitan crecer en forma digna.  El campo debe transformarse en una alternativa atractiva desde el punto social y económico. El Estado deberá crear las condiciones para que se puedan acceder fácilmente a los servicios antes mencionados. Paralelamente se deberá invertir en investigación, desarrollo y capacitación.

Y la certeza de que trabajar el campo puede ser un buen negocio…

Es que, para seducir a un productor, lo primero y obvio es permitir que de su trabajo pueda hacer dinero para alcanzar un estándar de vida digno, es decir “vivir bien”, que su actividad sea rentable. Si va a tener trabas que no se lo permiten, lo primero que va a hacer es dejar el campo. Eso tiene que ser claro, pocos lo hacen por amor al arte.

Hay un debate abierto en Argentina sobre el papel del país en el calentamiento global…

Hay una discusión sobre el desarrollo del norte y del sur, con esta idea de que el norte hizo lo que quiso y ahora nos vienen a decir a nosotros, que siempre fuimos productores primarios de bajo índice de industrialización, que es lo que debemos hacer o lo que hacemos no es correcto. No quiero entrar en esa discusión. No sirve. Decir ‘ustedes tiene la culpa y yo hago lo que quiero’ tampoco sirve y me permito creer que poco aporta. El problema de las olas de calor, las inundaciones o las sequias, va a seguir existiendo. La problemática existente de producir bajo sistemas de clima cambiante y con alta frecuencia de fenómenos extremos, me queje o no me queje, deberá encontrar solución también en esta región, lo cual nos obligara a todos, norte sur, este y oeste a trabajar en conjunto.

Allí aparece también el tema del financiamiento, o de quien paga los platos rotos respecto a la crisis climática

Está la exigencia de países que no han sido responsables de la mayor producción de GEI de que paguen los responsables, puedo entender que exista una demanda relacionada con quien financia eso. ¿Quién debe financiar ese cambio en el paradigma? Esa pregunta es legítima. ¿Quién paga? ¿Las industrias que contaminaron, los agricultores que usan esos insumos, el consumidor, el gobierno? La respuesta está en la mezcla de todo eso, todos deben ser partícipes. Es un tema que hay que discutir. En pocos años, o en realidad ya mismo, el comercio entre países y la venta de productos agropecuarios dependerá de cuan sustentable es tu actividad. Si no puedes comprobar frente a tus compradores que lo que producís lo haces de manera ambientalmente sustentable, nadie lo va a comprar. Entonces esa transformación debe ser una prioridad, porque las jóvenes generaciones, cuando van al supermercado ya han comenzado a exigirlo. Piensan cómo fue cultivado el tomate y que consecuencias ha traído al ambiente, si fue fumigado, si hay o no residuos de pesticidas u otras sustancias nocivas para la salud, además de preguntar y explorar el verdadero valor alimentario del producto. Todo eso es cada vez más frecuente y su exigencia va en aumento. En definitiva, se habla hoy de toda la cadena alimentaria, de sistemas alimentarios con sustentabilidad económica y ambiental.

Estoy convencido que debemos ver la crisis ambiental en la cual vivimos como una verdadera oportunidad   para los sistemas agroalimentarios de Latino América y en particular los de Argentina.

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