Estamos viviendo tiempos complejos, donde el relato de los síntomas suele impedirnos ahondar en las causas que los provocan.
Es recurrente que en cada verano seamos bombardeados por noticias vinculadas a los cortes de energía, el blablabla de los funcionarios, la irritación de la gente, etc., etc., en una rueda interminable de lugares comunes, en un eterno retorno.
Pero esa letanía, alimentada por los medios, las redes sociales (fábricas de confusión y descrédito del conocimiento), nunca se aborda desde las razones que la provocan.
La organización de las ciudades, (según Naciones Unidas, en 2050 el 68 % de la población acabará por concentrarse en las urbes), hace que cada día más, se comporten como islas de calor (Urban Heat Island-), resultado de un ordenamiento que depende de percepciones subjetivas que cambian con el tiempo, pero no respetan más que el mito del progreso anudado al crecimiento económico, dando como desenlace -entre otros- malestar térmico, mayor consumo de energía y de agua y deterioro de la salud pública.
Las soluciones a las que se apela para resolverlo son, desde lo individual -quienes pueden- alquilar o adquirir equipos de generación propios. Desde lo colectivo, escuchar mensajes referidos a la futura ejecución de presupuestos para la renovación, adquisición de insumos y equipos para aumentar la capacidad de generación o el ofrecimiento de indemnizaciones a quienes se vieron afectados por los cortes (“La EPE bonificará en forma extraordinaria el consumo de energía eléctrica a aquellos usuarios que acumulen interrupciones en el suministro de energía eléctrica de como mínimo nueve (9) horas de duración total”, decía un comunicado oficial).
Es decir, corremos detrás de los problemas -los cuales, como sucede con el Covid, van renovando su virulencia- y la situación año a año se hace más inabordable.
¿Desde donde, entonces, habría que actuar? En primer lugar, cuestionar la vaca sagrada del crecimiento, pero no para impedirlo o detenerlo, sino para que la denominada infraestructura gris tenga regulaciones que atiendan a la modificación de superficies impermeables (muros, techos y pavimentos) para contrarrestar su efecto de calentamiento convencional, para que la infraestructura verde (creación de nuevos espacios verdes, cubrir las superficies existentes con vegetación (techos y muros verdes), permita que el efecto de la evapotranspiración y el sombreado disminuyan la temperatura del aire.
La EPE dentro de su presupuesto anual debería destinar un porcentaje de recursos para invertir en la construcción de infraestructura verde (aquella capaz de cumplir a menor costo algunas de las funciones que se asignan a las “infraestructuras grises” o a los equipos de generación destinados a abastecer el crecimiento de la demanda). En definitiva, no sería más que una reasignación de partidas con el mismo resultado, ofrecer mejor calidad de servicio y sin necesidad de indemnizar por los daños causados. Es más, este tipo de estrategia le permitiría certificar reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
No estamos hablando de utopías: Stuttgart en Alemania se declaró “ciudad fresca” apoyándose en una red de parques y plantaciones alineadas, que promueven la circulación del viento para evacuar el aire caliente (aquí permitimos que la interfase con el río y su delta está “amurallada” por edificios). Además, en esa ciudad cualquier permiso de construcción que se presenta debe contar con el dictamen de un profesional habilitado el que garantiza que el edificio no bloqueará el flujo de aire.
Pero no es el único ejemplo, citamos solamente otros casos: el Platinum BCN en Barcelona, La Torre de Cristal en Madrid, la Torre Reforma en Ciudad de México, el Bullitt Center en Seattle, Commerzbank en Frankfurt, el Museo del Mañana en Rio de Janeiro, entre otros
Desde luego, una estrategia de este tipo requiere de liderazgos valientes, sacudir conciencias, de profesionales capacitados, de neutralizar el riesgo que representa confundir negocios con evolución.
Seguramente de ese modo surgirá una identidad urbana que derribe las murallas (imaginarias pero efectivas) en la que seguimos atrapados sin saberlo.
Santa Fe tiene 55 municipios y 310 comunas, la gran mayoría de ellas tiene entidad para abordar la vinculación de las islas de calor urbano, los espacios verdes, el ahorro de energía y es en esta dimensión donde los Ingenieros Agrónomos estamos capacitados y habilitados para intervenir no sólo ahorrando tiempo y dinero comparado con la inacción contínua, sino que esas acciones mejorarán la calidad de vida y empoderarán a las comunidades.
Y para los escépticos, recordemos que LA AUSENCIA DE EVIDENCIA NO ES EVIDENCIA DE AUSENCIA.
Ricardo Biani
Matrícula 20.693