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De la soja al olivo y de Santa Fe a La Rioja: un recorrido profesional lleno de enseñanzas

César Giménez es ingeniero agrónomo y trabaja en la Unión Agraria de Venado Tuerto.

“Mantener la cabeza abierta es la clave para aprovechar las oportunidades que brinda esta carrera. No hay que decir que no a nada”. César Giménez (Mat. 82-4-0289), formado en los cultivos extensivos tradicionales de la Pampa Húmeda, encontró un mundo en la fruticultura de la mano de la producción super intensiva de olivos en la zona de Chilecito, en la provincia de La Rioja.

Diez años después de haber comenzado “no de cero, sino de menos diez” un proyecto para cultivar y procesar olivos en la Cordillera, hoy lidera un emprendimiento que es líder en Argentina y exporta no sólo aceite de oliva, sino también tecnología y conocimiento. En esta entrevista con Agrovisión explica cómo pasó de la soja al olivo y detalla con pasión las enormes posibilidades que aún quedan por explotar en Argentina, un país “que tiene tierras y tiene clima”.

¿Cómo y dónde fue su formación y sus primeras experiencias laborales?

Estudié la escuela secundaria en el colegio Agrotécnico de Venado Tuerto y luego me fui a Rio Cuarto, donde hice la facultad. Apenas me recibí entré a trabajar en Nidera Semillas, donde estuve unos seis meses. Era el año 2001, una etapa muy complicada para el país. En ese momento entré a Unión Agraria, donde todavía sigo 19 años después. Dentro de la empresa comencé como recorredor para soja y maíz, el laburo que suelen hacer los juniors. Pero el quiebre llegó en 2011, cuando la firma decidió incursionar en el cultivo del olivo en la zona de Chilecito, en La Rioja. Ahí arrancamos con todo esto.

¿Cómo fue ese proceso, cómo fue pasar de la soja y el maíz al olivo y cambiar de provincia?

Estudié la escuela secundaria en el colegio Agrotécnico de Venado Tuerto y luego me fui a Rio Cuarto, donde hice la facultad. Apenas me recibí entré a trabajar en Nidera Yo no sabía nada del olivo, no tenía la menor idea. En el año 2009 la empresa decidió arrancar con estudios y en diciembre de 2011 arrancamos la producción. Del olivo no conocía nada, ni la planta. Es todo un cambio de cultura, de idiosincracia, hay que pasar de la agricultura tradicional extensiva de maíz, trigo y soja a la fruticultura en una zona alejada totalmente de todo, porque Chilecito es muy bonito, pero no hay nada. Fue un cambio muy grande porque casi no hay profesionales que sepan de esos cultivos, no podía buscar un referente que me diera parámetros. Era algo totalmente nuevo.

¿Cuáles son las características de la producción de olivo?

Nosotros no fuimos a hacer el olivo tradicional, en ese rubro si hay asesores y profesionales que vienen trabajando el tema, sino olivos de super alta densidad. Habitualmente se plantan unas 700 plantas por hectárea, se los llama sistemas modernos. Con nuestro método plantamos 2.000 plantas por hectárea, como se hace en los países referentes como España e Italia. Los referentes argentinos en cultivos en olivos nos decían que no iba a funcionar, nos decían que no iba a andar. Arrancamos el proyecto desde menos 10, tuvimos que hacer un esfuerzo técnico muy grande.

¿Qué significó ese desafío desde lo profesional?

Todo esto fue un cambio en mi cabeza terrible, yo les decía a los expertos argentinos en olivos que había visto esta forma de producir en Europa, pero me decían que no podía funcionar algo así en Argentina. Empezamos con un mínimo de asesoramiento, haciendo un mix entre lo que aprendimos afuera y lo que ya se sabía acá. Tuvimos que buscar gente para llevar a Chilecito. Empecé a convocar colegas de mi zona, de Venado, pero estábamos en pleno auge de la agricultura y nadie se quería ir. Conseguí un solo chico de Paraná, que hoy es el encargado del campo. Diez años después, la empresa pasó a ser referente en Argentina en cultivos de super alta densidad.

¿Estaba académicamente preparado para ese trabajo?

La realidad es que a todos los ingenieros agrónomos nos preparan para hacer lo mismo, que es lo que “normalmente” producimos, y si aparece algo nuevo tenemos miedo y nos dedicamos a cuidar nuestra silla porque parece que todo se termina ahí. Pero la fruticultura tiene un mundo enorme. Como ingenieros nos dicen horticultura o fruticultura y siempre se piensa en algo pequeño o sin tecnología, y en el mundo es exactamente al revés. En Chile, Francia o Italia esos cultivos tienen 1.000 veces más tecnología que la que aplicamos al trigo, al maíz o a la soja. En olivo, por ejemplo, ves todo: desde la producción agrícola hasta el frasquito con una marca que se exporta al mundo. Nos decían que en Argentina no se podía hacer algo así, pero si abrís la cabeza enseguida notas las enormes ventajas comparativas que tenemos: excelentes profesionales y el clima. No hay lugar en Sudamérica para crecer como acá, porque Chile no tiene tierras, y Brasil y el resto no tienen clima.

¿Falta tomar conciencia sobre lo que puede significar la fruticultura como industria?

Totalmente. Existen los pistachos, las castañas, los almendros, el olivo, para nadie te lo da como una alternativa laboral, no nos preparan industrialmente, no nos preparan en la facultad. Si bien tenemos una carrera muy amplia, falta ese cambio a nivel de la cabeza y de paradigma. Tenemos 3.000 hectáreas en la periferia de Venado sin usar y si planteas avanzar con algo de huerta te miran mal. Estamos muy acostumbramos a lo fácil, a la soja, como técnicos no le damos un valor agregado a lo que hacemos. Hoy cualquiera puede hacer soja con el combo que te dan las empresas, pero yo creo que hay que repensar la agronomía por ese lado. En los cultivos tradicionales casi no se ve la mano de un ingeniero o de un profesional, que si se ve con claridad en la fruticultura y en muchos otros procesos industriales. Tenemos que apostar a hacer polenta, harina, chizitos, tenemos que hacer un cambio cultural. Te aseguro que el olivo tiene mucha más agronomía encima que un cultivo de soja. 

¿Cuáles son las características principales de la explotación en Chilecito? 

Hoy somos el campo más grande que hace esto en Argentina. Hasta ahora el olivo se hacía en una superficie de 100 o de 200 hectáreas, pero hoy nosotros tenemos 1.500. Tuvimos que fabricar máquinas para mecanizar el proceso productivo que fueron inventos que hicimos con empresas locales, como una podadora autopropulsada que ahora incluso se está exportando. Es un cultivo que potencia toda la cadena. Pudimos llevar nuestra experiencia de los extensivos a los llamados intensivos a gran escala, nos favoreció no quedarnos limitados a lo que ya existía y no hacerles caso a los que nos decían que nos íbamos a pegar un porrazo. Hoy por hoy el haber tenido una mente abierta nos permitió ver otras cosas que ellos no veían, como ir a ver 10 mil hectáreas a Portugal.

¿Qué significó este paso para la firma? 

En Unión Agraria siempre nos caracterizamos por un fuerte liderazgo tecnológico. Hacemos netamente un aceite de altísima calidad, extra virgen. La tecnología que usamos es la máxima que existe a nivel mundial. Hoy España e Italia, que tienen una marca país, nos compran a nosotros, les ponen su sello y lo venden a Estados Unidos. Acá lamentablemente no hay una cultura ni una decisión para agregar valor, cuesta mucho entrar a esos mercados. Este año se cosecharon 8 millones de kilos por lo que tenemos un millón de litros de aceite, de los cuáles se exporta la gran mayoría. También largamos una marca llamada Kaliv para el mercado interno.

¿Cuáles son los beneficios que genera este tipo de industria? 

El olivo tal como lo llevamos adelante genera mucha mano de obra y buena empatía con la gente. Hoy tenemos 45 personas fijas y 120 contratadas que encontraron buenas condiciones de trabajo, toda una novedad en esas geografías. Eso es impagable y nos llena de orgullo.

¿Qué les diría a jóvenes graduados a la hora de potenciar sus opciones laborales?

Que nunca digan que no a nada. Los técnicos que entrevisté en su momento para sumarse a producir olivo no querían saber nada con hacer algo distinto. Yo les decía que tenían la oportunidad de ser los únicos en hacer algo así a nivel país y casi a nivel mundial, porque apenas el 2% está bajo este sistema. Hoy a los técnicos con los que trabajamos los llaman de todos lados. Les diría que existe un horizonte enorme más allá de los cultivos tradicionales y que hay una oportunidad gigante en los procesados. ¿Cuántos referentes hay de industrialización de maíz? Cuesta encontrarlos. Hay que pensar que la carrera no es sólo maíz, trigo y soja la carrera. Tenemos posibilidades inmensas en nuestra profesión, hay que mantener la cabeza abierta para poder aprovecharlas.

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