Los árboles son los seres vivos más grandes de nuestro planeta, son los representantes del reino vegetal que estructuran el espacio. Pueden conformar nuestras paredes medianeras, tapar vistas, generar intimidad, ser el techo bajo el cual protegernos, reunirnos, tomar mates o armar una cueva para que jueguen los chicos, o simplemente formar un túnel a lo largo de un camino donde sus troncos alineados sean los pilares y en el recorrido veamos el cielo a través de su follaje.
Solo ellos pueden brindarnos esa sensación de inmensidad, de libertad, de frescura, a lo largo de toda nuestra vida, y debemos saber que lo continuarán haciendo con nuestros hijos y nietos, siempre que los conozcamos y les ofrezcamos el espacio y el tratamiento adecuado, porque son también los seres más longevos, pudiendo vivir muchos cientos de años.
De estos dos conceptos, tamaño y longevidad, se desprende la importancia tanto de la elección de la especie en relación al espacio al momento de plantar, como de la conservación de los árboles existentes en un sitio dentro de sus necesidades biológicas.
Cuando hablamos de elegir especies para plantar en general pensamos en elegir aquellas que nos gustan por su valor ornamental, nos guiamos por las floraciones impactantes o por el cambio en el color de sus hojas en el otoño. Otro factor al que le damos importancia es la velocidad de crecimiento, queremos que sea rápido, para disfrutar de sus beneficios en forma inmediata, verlo grande y florecido…
Sin embargo, los parámetros que deberían guiar la elección deberían ser en primer lugar la región en la cual nos encontramos, el suelo y el clima, que son los dos factores determinan la distribución de la vegetación sobre la superficie terrestre. El clima, fundamentalmente a través de la cantidad de precipitaciones, o agua de lluvia disponible al año, y las temperaturas máximas y mínimas, sobre todo la temperatura mínima o heladas.
¿Es la especie que nos interesa de nuestra región fitogeográfica? ¿o de un área con condiciones similares? El riego puede ser suplementado…las heladas pueden mitigarse protegiendo parte del ejemplar joven, pero un lapacho en una zona con heladas intensas y extendidas nunca florecerá, sus pimpollos, la parte más sensible al frío abortarán o no se formarán, ya que su época de floración es a la salida del invierno.
Una vez que chequeamos en la lista que especies pueden crecer bien en nuestra zona, lo segundo a considerar es el espacio disponible para su desarrollo tanto radicular como de copa, en diámetro y en altura, y aquí viene no solo la consulta bibliográfica sino la observación, ya que algunas especies modifican mucho su crecimiento de acuerdo al lugar disponible. Así se ven proyectos donde los jacarandás de una vereda están representados por círculos no mayores a 8metros, pero en un parque o avenida con suelo natural puede desarrollarse en un tamaño 10 metros más amplio. Es muy triste ver como se tienen que retirar árboles en su mejor momento, cuando están terminando su fase de formación y generalmente recién comenzando la fase de madurez porque su tamaño excede lo proyectado al momento de su plantación. Es fundamental conocer la magnitud del árbol a incorporar, su tamaño adulto.
Es un ser vivo, crece, primero tenemos ansiedad porque lo haga rápido y luego querríamos detenerlo…y como no podemos, o los podamos o los retiramos… Ese es un error común aún en profesionales, y que se descubre cuando al cabo de transcurridos varios años de crecimiento, donde se comienzan a detectar interferencias entre el árbol y su entorno, por falta de espacio.
Aquí viene la segunda revisión de la lista en donde “tachamos” todos aquellos que excedan las dimensiones o que no estén dentro de la escala del proyecto.
El tercer punto a considerar es la función que necesitamos que cumpla: sombra para una propiedad, alineación, una barrera para los vientos, tapar visuales, servir de refugio o alimentación para atraer aves, de valor ornamental, sitio de juego de niños u otros. Obviamente tanto la especie como la forma del árbol va a variar según la función que se desee que cumpla, así un liquidámbar para alineación de vereda se manejará limpiando de ramas su fuste o tronco, y en cambio en un parque, como ornamental, se conducirá con su arquitectura natural con tronco vestido.
Por último, ya revisada nuestra lista de árboles y desestimados los que no se adaptarán a las condiciones del área, no sean posibles de utilizar por su magnitud y los que no cumplan con la función que se necesita en ese lugar podemos elegir por los valores ornamentales, color de las flores, viraje otoñal y gustos personales.
Hay por fuera de estas indicaciones prioritarias otras relacionadas a los aspectos de toxicidad, dureza de la madera, frutos indeseables, sistema radicular superficial, especies invasoras, a tener en cuenta y que forman parte del conocimiento de los árboles.
En cuanto a la conservación, hablando de sitios arbolados, con un gran valor dado por la presencia de ejemplares en fases adultas, en los cuales debemos jerarquizar las especies presentes y su estado y asegurar la posibilidad de supervivencia.
Cuando decimos jerarquizar es conocer cuáles especies son valiosas por diferentes razones, crecimiento lento, lo que implica la dificultad de obtener un ejemplar adulto, valor paisajístico, cultural, de identidad, histórico, por su forma o arquitectura, por su ubicación, por su valor ambiental en ese sitio, o su valor ecológico como refugio de fauna. Cada una de estas categorías demanda un conocimiento de las especies, un relevamiento y trabajo de campo y de investigación o encuesta del sitio.
La conservación, nos exige también en aquellos casos de lugares invadidos por exóticas o donde haya especies que presenten situaciones de riesgo o de problemas fitosanitarios, poder evaluar, determinar plagas y enfermedades, indicar que especies “retirar”, teniendo en cuenta la dinámica de grupo en que muchas veces los árboles funcionan, y fundamentalmente dar claramente las premisas de tratamiento para preservar aquellos árboles que se quieren conservar.
Para dar un ejemplo común, el caso de un parque privado en el cual se quiere realizar una piscina o anexar una nueva construcción, y que con muy buena intención se quiere conservar uno o varios ejemplares adultos existentes. Un árbol adulto, con un desarrollo de raíces de anclaje que abastezcan una gran copa se verá afectado cuando se le remuevan parte de sus raíces, o se modifique el perfil del suelo, las cotas de altura, y/o las condiciones en las cuales se encontraba creciendo. Se deberá contar con una evaluación de las condiciones en que se lo conservará, distancia a la futura construcción, tipo de solados o pisos, necesidad de corte de raíces y ramas, y con medidas preventivas de cuidados durante la ejecución de la obra.
Si queremos lograr y conservar árboles debemos conocerlos y cuidarlos, cubrir sus necesidades biológicas, respetar su necesidad de espacio y su dignidad de árbol, un árbol reducido a sus ramas primarias sigue vivo, pero frente a él dejamos de sentir esa libertad y esa felicidad que nos brinda la naturaleza en sus grandes ramas extendidas hacia el cielo, afinándose hasta transformarse en un encaje…uniendo la tierra y el cielo como solo ellos pueden hacerlo…
Ing. Agr. Ángela Villademoros
Mat. 82-2-0434