En un escenario de crisis climática y nuevas demandas sociales, la bioeconomía aparece como un camino productivo a transitar por los países productores de alimentos como Argentina. Esta nueva agenda global (sintetizada en las ideas de cambio climático y plasmada en los Objetivos de Desarrollo de Naciones Unidas) está ancladas en los criterios de cuidado del ambiente y de sustentabilidad y representa el futuro inmediato de los modelos productivos.
Sobre estos temas giró el panel “La bioeconomía como estrategia para reposicionar la sustentabilidad de la soja” que tuvo lugar en el marco del Congreso Mercosoja organizado en Rosario durante los primeros días de septiembre. Una cita obligada para productores, académicos y profesionales del sector en la cual quedó más claro que nunca que la hora de cambiar de paradigma productivo es ahora ante el agotamiento o la crisis de los recursos naturales.
Un horizonte que, lejos de ser oscuro, abre nuevas oportunidades para Argentina, un actor clave del mercado mundial de commodities agropecuarias .
Reposicionarse para crecer
“No podemos paralizarnos ante una coyuntura difícil, pero si podemos reposicionarnos” explicó la ex presidenta de Aapresid María Beatriz Giraudo, quien trazó un escenario claro para el negocio granario del siglo XXI, marcado por una demanda “que crece y exige cada vez más”, la necesidad de abandonar las energías fósiles y la urgencia por sumar capacidades de adaptación y resiliencia al cambio climático.
Entre los atributos que tiene el sector está la siembra directa, una tecnología que permitió abandonar la labranza tradicional y evitar así el deterioro permanente del suelo. “En este rubro somos un ejemplo mundial” dijo Giraudo, quien insistió con la necesidad de avanzar cada vez más hacia un sistema de buenas prácticas agropecuarias (BPA).
En este escenario es clave rediseñar el mapa productivo nacional para avanzar hacia una bioeconomía que abarque desde alimentos hasta combustibles. Algo que a su vez contribuirá a “descomodizar” las exportaciones primarias argentinas.
Para esto, según Giraudo, hay dos instituciones clave: el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria con su amplísima presencia territorial y una vinculación estrecha y cotidiana con los productores, y el Senasa.
Desarrollo de cercanía
Es esta agenda global anclada en el cuidado del ambiente la que le abre la puerta a la bioeconomía, un terreno en el cual Argentina tiene mucho para crecer. Así lo estimó Claudio Dunan, director de Estrategia de Bioceres, quien vaticinó que en un futuro cercano “la economía será circular y de base biológica” ya que la crisis climática global obligará a modificar la cultura y la economía de manera muy veloz.
Estos cambios incluyen una reducción muy marcada en el uso de las reservas fósiles para estar a tono con las metas planteadas en Paris (que la temperatura global no suba más de 1,5 grados en las próximas décadas) y cambios profundos en la forma de hacer agricultura. “Hay que limitar las emisiones del sector y sobre todo la deforestación, porque ése es el principal cargo que tiene la agroindustria a nivel mundial”, dijo Dunan.
Cambiar el paradigma productivo será obligatorio para seguir captando la atención de la demanda global, cada vez más atenta a la forma en la que se producen los alimentos: “hoy el consumidor global pide entender la huella de carbono en la producción. El consumidor europeo se siente responsable de la deforestación según lo que demanda, y por eso debemos cambiar el uso de la tierra” sintetizó.
Esta nueva revolución se hará, en opinión de Dunan, con más y mejor conocimiento y con desarrollo local a través del concepto de “bioparque de economía circular” donde el campo, la industria y la ciudad se integran y generan productos con valor agregado lo que a su vez se traduce en valor social. “Es un nuevo modelo de desarrollo que nos permitirá salir de la trampa granaria y diversificar donde el productor podrá captura valor en la zona” explicó.
La revolución de los suelos
Uno de los factores que puede ayudar a ubicar a Argentina como productor de alimentos de calidad y sustentables son los suelos, antes considerados valiosos por su nivel de productividad y fertilidad y hoy cada vez más posicionados como proveedores de servicios ambientales y como reguladores del clima, del flujo de agua y de los contaminantes.
En ese punto el experto detalló tres etapas de la vida de la agricultura contemporánea nacional: hasta los años 90 fue un sistema bajo en insumos y de labranza; entre la década de los 90 y la actualidad se caracterizó por una explosión de tecnología con siembra directa, contratistas y fertilizantes para volverse una agricultura basada en insumos; y a partir de ahora se abre un camino de “una nueva agricultura basada en procesos” anclada en las agtech y en la agenda ambiental marcada por el acuerdo de Paris de 2015.
Este nuevo paradigma incluye medidas y acciones para mitigar el cambio climático reduciendo emisiones o mejorando los “almacenes de carbono” de la naturaleza como los bosques y suelos, que se están convirtiendo “en las estrellas del momento”.
“Este es el momento del cambio. Se viene una agricultura climáticamente inteligente con trazabilidad y certificación, que es lo que pide la demanda mundial. Hay que entrar en esos esquemas o venderemos commodities cada vez más baratos” sintetizó el experto.